29 de septiembre de 2015

Microtrazas

1º Parte


“Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar que estuvieran recordaran siempre que el pasado es mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.”
100 años de soledad – Gabriel García Márquez


En una tarde-noche de lo que es ya una eternidad lo comprendí todo, y es que de las heridas abiertas nacen flores. Entonces basta con presionar un poco el ombligo para que de él te salga hasta el alma. No es desagradable de ver, lo juro, lo he visto con mis propios párpados tapados y los oídos cerrados.

Esa tarde-noche A. comenzó a hablar y de repente vomitó margaritas, lilas y cintas. La sorpresa que me llevé ante tal inesperado desenlace fue inaudita. Yo, que por entonces tenía refugiados en mis entrañas a todos los cadáveres de mariposas y hormigas que en su día me recorrieron la barriga, no pude más que presionarme también el hueco que me queda en el esternón, con la tonta esperanza de sacarlos de una vez de la necrópolis que tenían allí montada. El final de todo esto es que seguimos caminando, ambos un poco cabizbajos y vacíos de pecho para abajo.


Y ayer, ciento cincuenta noches después, con un eclipse lunar que no llegamos a ver, exploté literalmente el vaso que un día contemplé llenarse de agua hasta rebosarme por la sien. Me fui tan lejos como me permitieron las piernas, y volví a sentirme temblar como un cíclope al chocar con la pared. Removí las certezas y mis dudas las dejé armadas hasta los dientes en casa. Volví a mirar la realidad como el ciego que ve por primera vez el pecho descubierto de una mujer. Hablé sin pararme a mirar las consecuencias y me guardé la fe en la chaqueta. 


Arte Moderno/Pequeña Gran Revolución - IZAL

19 de septiembre de 2015

Delirios

El whisky bebido hace justamente treinta y seis minutos empieza a dejar de hacer efecto y ya sabes que eso no me gusta nada. Que sólo puedo decirte (y hacer) ciertas cosas cuando tengo en la sangre tal cantidad de alcohol que hace que sienta la piel acartonada. Así que ahí va mi tanda de versos malditos guardados durante meses:

Y es que hoy me he vuelto a rizar el pelo, y a dejar largo el viaje a un norte que sólo está donde tú vayas.

Le he puesto tapa dura al libro, enlazado con lazos serpiente sin final ni presente, porque el ayer no sé dónde lo dejé.

 Y escuchar ciertas canciones en acústico con sólo una guitarra hace que grites tan bajito que apenas se te oiga en el Edén.

Hace horas que quiero vengas conmigo a Madrid y que nos podamos despedir de una vez por todas. O que te despidas de ellos conmigo. Ya me da igual. Ya me es lo mismo.

Dedícame al menos dos frases. Sólo con eso es suficiente, de verdad. Te lo digo desde el fondo del vientre y del frío de mi diciembre.



Puntos suspensivos – Vetusta Morla