Siempre he sido de
las que ahogan,
no de las que se
dejan ahogar.
Y esta ciudad está
tan sucia, tan
contaminada, que a
veces creo
que podría llegar a
acabar conmigo.
Luego vienen, las
olas de alquitrán, y
el polen se me mete
en las pestañas,
haciendo que mis
ojos se vuelvan rojos.
Abajo en la calle, únicamente
se escuchan a
borrachos, y aquí arriba
estamos tan lejanos
que parece que no
nos llega el frío
de las negras avenidas.
A las luces se las
ve temblar a lo lejos,
y desde que llegué
a esta nueva casa, sólo
me he sentido
abandonada
una vez.
Después, una se
acostumbra a la dependencia
tan fácilmente como
a la heroína.
Y no quiero caer en
esa trampa,
otra vez.
Ya nadie se para a
mirar los mapas cuando se pierde,
o a sentarse en los
bancos cuando el agotamiento les cierne.
Ya nadie se inclina
ante una flor en los parques, y se toma
su tiempo para hacer
la fotografía perfecta.
Ya nadie se mira a
los ojos, no sea
que por error la
otra persona les defraude.