1º Parte
“Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos
espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por
recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les
había enseñado del mundo y del corazón, que se cagaran en Horacio, y que en
cualquier lugar que estuvieran recordaran siempre que el pasado es mentira, que
la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era
irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad
efímera.”
100 años de soledad –
Gabriel García Márquez
En una
tarde-noche de lo que es ya una eternidad lo comprendí todo, y es que de las
heridas abiertas nacen flores. Entonces basta con presionar un poco el ombligo
para que de él te salga hasta el alma. No es desagradable de ver, lo juro, lo
he visto con mis propios párpados tapados y los oídos cerrados.
Esa tarde-noche
A. comenzó a hablar y de repente vomitó margaritas, lilas y cintas. La sorpresa
que me llevé ante tal inesperado desenlace fue inaudita. Yo, que por entonces
tenía refugiados en mis entrañas a todos los cadáveres de mariposas y hormigas
que en su día me recorrieron la barriga, no pude más que presionarme también el
hueco que me queda en el esternón, con la tonta esperanza de sacarlos de una
vez de la necrópolis que tenían allí montada. El final de todo esto es que
seguimos caminando, ambos un poco cabizbajos y vacíos de pecho para abajo.
Y ayer, ciento
cincuenta noches después, con un eclipse lunar que no llegamos a ver, exploté
literalmente el vaso que un día contemplé llenarse de agua hasta rebosarme por la
sien. Me fui tan lejos como me permitieron las piernas, y volví a sentirme
temblar como un cíclope al chocar con la pared. Removí las certezas y mis dudas
las dejé armadas hasta los dientes en casa. Volví a mirar la realidad como el
ciego que ve por primera vez el pecho descubierto de una mujer. Hablé sin
pararme a mirar las consecuencias y me guardé la fe en la chaqueta.
Arte Moderno/Pequeña Gran Revolución - IZAL