El whisky bebido
hace justamente treinta y seis minutos empieza a dejar de hacer efecto y ya sabes
que eso no me gusta nada. Que sólo puedo decirte (y hacer) ciertas cosas cuando
tengo en la sangre tal cantidad de alcohol que hace que sienta la piel
acartonada. Así que ahí va mi tanda de versos malditos guardados durante meses:
Y es que hoy me
he vuelto a rizar el pelo, y a dejar largo el viaje a un norte que sólo está
donde tú vayas.
Le he puesto tapa
dura al libro, enlazado con lazos serpiente sin final ni presente, porque el
ayer no sé dónde lo dejé.
Y escuchar ciertas canciones en acústico
con sólo una guitarra hace que grites tan bajito que apenas se te oiga en el Edén.
Hace horas que quiero
vengas conmigo a Madrid y que nos podamos despedir de una vez por todas. O que
te despidas de ellos conmigo. Ya me da igual. Ya me es lo mismo.
Dedícame al menos dos frases. Sólo con eso es
suficiente, de verdad. Te lo digo desde el fondo del vientre y del frío de mi diciembre.
Puntos suspensivos – Vetusta Morla
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