Escúchenme espectadores heroicos y malvados.
Escúchenme
bien, porque esto va a ser difícil de asimilar.
Lo que quiero decirles, mis preciosos
espectadores, es que tienen que esconder a sus hijas.
Sí, como lo oyen.
Escóndanlas
y háganles ver el mundo como es.
Tírenle la basura de películas de Disney y desconecten la
tele.
Quemen todos sus libros y revistas de adolescentes.
Desgarren cabezas a
muñecas y destripen peluches por doquier.
Háganles jirones la ropa y si pueden
incluso la piel.
¿Han hecho todo eso? Pues bien, pasemos al siguiente paso.
Es la hora del cambio.
Ahora háganlas desfilar por las calles.
Así es, simple y
llanamente.
Que vean el mundo tal y como es.
Y luego, que observen cómo las culpan del
pecado capital.
Que observen cómo las tachan de vicio solo por beber.
Que
observen cómo las tratan como pedazos de carne en alquiler.
Que observen cómo
las miran y las miran y las miran y las minan.
Porque eso es el mundo real.
Es
un puto campo minado donde solo hay hombres que acechan como sombras.
Y son
sombras que se hacen de hueso y carne si los ves.
Y después, tras el grito de horror al ver el mundo como es,
que se hagan mujeres fuertes y luchadoras.
Que
salten muros de cinco metros incluso al revés.
Que no acepten la realidad solo por ser la que
es.
Pero sobre todo, que piensen libres en este mundo cruel.
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