M. se me doblegó el jueves pasado tachando de niñatos a
aquellos que llevo conociendo desde hace un año. No quise responderle en
términos fatídicos, aunque la situación así lo requiriera, ya que mi respuesta
hubiese sido similar a esta:
- Mauro querido, no peques de ver la paja en el ojo ajeno
cuando me estás diciendo esto mientras estás sentado en un banco a poca
distancia de ellos, con una cerveza en una mano y en la otra un cigarro. Porque
sí, puede que sean unos niñatos, pero la mayoría apenas rozan los veinticinco años. Y
permíteme que te diga que prefiero eso a que hagan lo que haces tú, quedarte
estático neandertal mientras ves la vida pasar. Porque justamente por ser
jóvenes, hacen todas esas cosas:
Los he visto romper señales de tráfico y montarse en ellas para
surfear las olas de las aceras.
Son capaces de crear performances al ver un pájaro muerto en
plena Alameda,
Y corretear tras las chicas grillo en mano como haría
cualquier niño de ocho años.
Hemos cogido taxis a menos de cinco calles de nuestras casas, porque la lluvia era demasiado alta.
Los he visto recrear procesiones con rebecas en la cabeza a
modo de mantillo en plena calle Tetuán.
Han escalado árboles tan altos que han partido ramas al
intentar darles un abrazo.
Y tirarse botes de pintura por el cuerpo únicamente para
explicar la desesperanza de nuestro pueblo.
Capturan sombras de transeúntes a base de tiza de colores
con algún que otro retoque.
Y sí, fuman y beben cual Hemingway sin haber pasado por una
guerra porque pueden.
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