A los pocos minutos, como ángeles subiendo al firmamento,
hacen su trabajo para encargarse de las luminiscencias y el crepúsculo está
llegando a su final. Y cuando aún quedan restos de esas pequeñas luces y el cielo
empieza a tornarse oscuro, como un Dios venido del Olimpo, se presenta ante ti con
su ejército sinfónico.
El mundo entero enloquece y el suelo tiembla. ¿Te caerás con
él? No lo sabes, pero una nota se queda suelta en el aire y el ambiente se
torna cálido aunque miles de escalofríos no hagan más que recorrerte entera. Tu
corazón late con fuerza. Y la primera canción suena viva, VIVA. Gritos, silencio.
Manos alzadas, pasividad. Música, detonante.
Y se acerca, se acerca, se acerca… De igual a igual, humano
a humano. Y la marea de gente hace que te muevas, llevándote consigo un pedazo
de esa voz que te atraviesa. Y entonces sabes que has tenido ante tus ojos lo más
parecido a un Dios que se precie en este mundo, distante y cercano a la vez. El
Jefe ante ti.
Y las horas pasan y pasan, y parecen solo segundos, y antes
de que te des cuenta, estás bailando en la oscuridad con todos, porque sois una
misma voz capaz de resucitar a los muertos. Sintiendo crecer dentro de ti esa
conmoción, quieres llegar a lo más alto y cantar hasta donde te permite tu
quebrada voz.
Y en las últimas horas de la noche, reconoces en todo lo
escuchado a tu infancia y el haber crecido en esa sinfonía gracias al hombre
detrás de ti… Mientras que de camino a casa, su música te persigue aún en
sueños.
Badlands /
Dancing in the dark – Bruce Springsteen