No hay derecho a que todas las palabras se me ahoguen en los
vasos cada noche. O cada mañana. Ya apenas sé distinguir la luz que se filtra
por las persianas.
El tiempo pasa deprisa y lento a la vez, como cuando te
despiertas un domingo soñoliento sin saber muy bien qué hora es, o la hora que
fue cuando dormiste por última vez. La relatividad depende de dónde esté el
sistema de referencia, y el mío pareció perderse por el infierno. Que lo busque
Dante si quiere, que yo me quedo con mi estanque.
Pero ante todo, no hay razón para que después de todo lo que
perdí esa noche, deje de escuchar. Incluso si todo está tan mudo que los
tímpanos revienten de tanto ruido afónico y yo me calle no sea que me pierda
alguna nota si es que alguna vez sale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario