Volver a hace un año,
cuando aún estabas tú correteando estos pasillos cada vez que anti-solitario tú
te quedabas solo. Volver a verte cual pelusa gris con garras y ojitos y nariz.
Y esa orejita tuya que te cortaron cuando apenas eras un niño. Meneando tu cola
y chocando con paredes y sillones y alféizares. Porque chocar no te importaba
siempre que fuera por alguien que mereciera la pena.
A lo mejor el hecho de
cambiar esos sillones medio rotos y gastados fue la razón por la que te
pensaste ir. Quizá fue la desesperanza y tu corazón débil de tanto latir. Pero
el hecho es que ya no estás. Y mucho menos en esas noches en las que te tirabas
cual Mustafá entre mis piernas a dormir. O cuando llegaba algo ebria la noche
de los sábadomingos y tú venías a chuperretearme la cara por si alguna lágrima
se me escapaba, aunque luego fueras tú el que escapaba entre mis almohadas y
prefirieras el abrigo de debajo de mi cama.
Es poca la gente que
entiende de lo que hablo, porque hace un año estabas tú, y ahora solo quedan sombras
distorsionadas en rincones geométricos que se vuelven esferas cuando bebo. Y es
que sé que nadie conoce como yo tus uñas extrañas, ese lunar en la cima de la
espalda, tu manera de estornudar cuando algo no te gustaba y mucho menos, nadie
ha vuelto a correr a mis brazos nada más cruzar la entrada.
Pero desde entonces no he
vuelto a subir esas escaleras que adorábamos subir los viernes hiciera
frío o calor, nevara o lloviese. Desde entonces, llego a casa y solo me
encuentro a la nada.
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