Y yo, ni siquiera me acercaba al principio.
Ella era todo aquello que siempre quise ser e incluso quizá,
un poco más.
Yo, por aquel entonces, me sentía más bala que perdida.
Ella había buceado hasta el fondo de su ser y del mío en los
días fríos.
Yo estaba comenzando a conocer a todos los personajes que
llegaría a interpretar.
Ella era el movimiento en la amalgama de cuerpos en garitos
poco transitados.
Yo, la música que escuchaba al llegar a casa tras pasar la
noche fumando.
Ella era el lazo que bailaba en el ventilador cuando el
verano llegaba.
Yo, el trozo de lana que daba vueltas hasta quedar enredado
con el que tenía al lado.
Ella colgaba de sus trenzas zapatillas de ballet.
Yo me encargaba de fusionar mis manos con las teclas de un
piano.
Ella era la otra mitad de todas mis verdades, siempre dichas
a medias.
Yo, lo cierto es que entonces ya había dejado de mentirle
desde abril.
A ella, la llegué a querer tanto que perdí el recuento de
minutos
al entrar en un cubículo de espejos, y me dejé guiar por sus
labios.
Y es que cariño…
Te he dejado en casa papel de liar y yerba para un rato.
Ya sé que los finales son difíciles, pero piensa por todo lo que
hemos pasado.
Y al respirar, no te ahogues, que he intentado dejarte tanto aire como he podido para suplantar los abrazos.
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