Que pasen las apisonadoras, las grúas, el alambre y el
metal por este suelo, que destruyan cuanto quieran a su paso
y me lleven a mí con ellos, que empiezo a notar
los cimientos temblar.
El verde de los árboles ha hecho una sentada
en mis pulmones exánimes,
diciéndome que no, que no se piensa
mover de ahí.
Mi pecho se ha
vuelto a desintegrar en centenas
de hormigas que,
al paso que van, pueden llegar
a miles de aquí
al miércoles.
Y esa ausencia
tuya que me dejó
huérfana de
suspiros,
que únicamente
salían de mis
labios si era
en forma de
señales de humo,
ahora, ha acabado
por convertirse
en un jardín
lleno de flores.
Estoy viviendo un derrumbe de tal escala
que cuando me ponga en pie,
sólo va a quedarme avanzar.
Hijos de la rabia - Exquirla
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