Hace una semana planeaba escribir sobre la noche más
perfectamente imperfecta jamás contada. Era solo tuya y mía. Era nuestra, algo
que nunca ha pasado con nosotros dos. Tal vez fuera que ambos fuimos capaces de
estar precozmente preparados para lo que acontecimos en las horas siguientes.
Lo cierto es que se hace duro escribir sobre ella ahora,
cuando me doy cuenta que realmente destruí todo con mi estupidez y paranoia. No
sabes lo difícil que se me hace perderte, porque sé que esta noche también
debía ser tuya y mía, y la siguiente, y dentro de dos semanas y la otra y la
otra y la otra. Y no es aún ni media noche y solo pienso en quererte con el
nudo en la garganta echa de garabatos de algunas palabras infames.
Esta vez… no sé si seré capaz de terminarla, tal vez nunca
la termine. Esta historia no puede tener un punto y final, solo aparte… Aparte.
Esa noche, ¿recuerdas? Queríamos ir a nuestro lugar, pero
todo fue diferente, tanto creo yo, que por eso avanzamos. Ahí empecé a querer
cambiar, a base de cabezazos contra la pared cuando estuve de vuelta a casa.
Ahí y en la noche del último beso. Ahí y ahora, maldita distancia aterradora.
Pero volvamos a la noche y su infierno helado. No se me da
bien eso de describir sentimientos, ni tampoco hechos en sí, pero por ti
siempre hay un párrafo de más en todos mis textos, un verso callado a la vez
que anhelado, un silencio amargo en cada paso o un suspiro nunca escuchado.
En esa noche… los acontecimientos fueron improvisados,
siempre evitando a unos y otros, y en la oscuridad me cogías la mano. Ya por
aquel entonces seguía pareciéndome agradablemente extraño, eso de estar juntos
siempre se me hizo raro.
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