- No puede quemar tanto
–dijiste entrando en la bañera-. Está perfecta, en ese punto que llega a helar
la piel.
Y puede que fuera verdad,
que el agua en realidad no llegara a arder, pero el vapor se disolvía entre
nosotros creando olas de papel. Que el vacío no fuera más que el espacio que
quedaba entre tu cuerpo y el mío, porque a veces no nos damos cuenta de que el
espacio depende del tiempo y su dogmática incongruencia. Todo depende del
tiempo, fue lo único bueno que saqué de la estúpida física y su maldita
cordura. Y tiempo, el tiempo, el paso del tiempo, palabra mal sonante a voces
pernoctas. Que hace daño solo con olerse, con saberse, con solo verte.
Siempre fui una cobarde
en estas cosas, mi humanidad decrece como el aire desnudado que dejamos con el
vaho. Menos porqués y más dejarse hacer, o hacer que te dejen y tú pierdas el
tren. Que las metáforas están muy fuera de lugar para nosotros, que fuimos más pájaros,
más babel, más dejarnos querer y al resto que le den.
Aún no sé por qué te
escribo, solo sé que a veces dejo que el agua me queme la piel y me río. Me río
porque una vez me dejé hacer estando
contigo.
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