Porque ya no sé si son más viejos o más nuevos, aquellos
recuerdos pétreos a aquella ventana una vez improvisada, por la cual veíamos el
mundo que estaba ante nuestros ojos, bajo los pies, en la tierra de tus ojos.
Ya no sé qué fueron de aquellos días que volábamos sin
pensar y el pesar nos volvía locos. De aquellas luces que durante minutos
iluminaban tu cara y luego marchaban, porque eran fuego y siempre explotaban, y
el ser efímero, era lo más bello de todo. Igual que en nuestras vidas
enjauladas, los encuentros causales nos resucitaban. Era eso, y no lo monótono
y trivial de la vida lo que te hacía ser como somos: simples viajeros que van y
vienen sin un lugar al que regresar, o tal vez teniéndolo pero guardándolo en
secreto.
Y esas noches en los que nos íbamos de copas creí que me iba
a morir si no te besaba. Si no te tocaba. Si no te sentía. Añoraba esa cama y
mis condolencias a ella fueron recibidas con melancolía. Como vírgenes de un
río que al descubrirse se lamentaban no poder dejar de ser lo que eran. Y la
oscuridad se hizo luz y en realidad solo eras tú. Que te veías diferente, más
palpable, más latente. Más "lo siento, pero te sigo amando", y yo
semi-desnuda en tus tobillos con un perdón en cada mano. Y que poco a poco tu
calidez fundiera mi frío no era algo inesperado. Que un súbito "te
quiero" surgiera entre los labios y de repente el besarnos fuera algo
cotidiano, eso era lo inusual en nosotros, siendo a la vez algo tan trivial
como quedarnos bajo la lluvia en lugar de refugiarnos.
Que a veces de las escenas más anormales brotaran como rosas
a punto de morir, esa era nuestra primavera inversa. Que sepas que cuando algo
va a caer, alargues justo la mano para no dejarla perecer.
L'origine Nascota - Ludovico Einaudi
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