St. Patrick's Day
No sé si de lo que quiero escribir es sobre ti o es de la
sensación en sí.
Porque hace días que me vienes a la cabeza planteando esquemas y letras
que se sellan al papel con tinta espesa;
creando un memorándum que a este paso
va a ocupar más que todo el Atlántico.
Así que procederé a narrar los siguientes hechos:
Comenzaré diciendo que todo surgió una noche de música nefasta
y que los colores del lugar eran tan oscuros que apenas te pude ver.
Entonces de la nada, apareciste y todo se hizo luz.
Me dijiste entonces con tono sarcástico que siendo tan tímida
por qué miraba a tus ojos sin descanso.
Y yo con toda mi carga electro-negativa que me atraía a ti como un rayo,
a sabiendas de que eras de esos que me iban a partir en dos.
Nos bebimos una copa a medias que nos hace más ciegos de
lo que ya estábamos.
Pero los ciegos solo ven lo que quieren ver.
Entonces queriéndolo sin querer, aparece ese primer beso.
Y me lo plantas como el astronauta que llega feliz a su
planeta y clava su bandera,
no fuera que alguien más conquistara ese
pedacito de tierra.
Después reacciono con tormenta y me vuelvo a poner la rebeca.
Tan gris.
Tan gastada. Tan oliendo a tabaco que apesta.
Vuelta a casa entre risas y casi sin mantenernos en
pie.
Vengan chupitos aunque no queden ganas y cigarros que
aparecen de la nada.
Y sin saber cómo ni cuándo, vuelta a la isla de los
borrachos.
Habiendo corrido maratones de cinco pasos y un traspié.
Ella más rayada que un vinilo que lleva dando vueltas-años
en un tocadiscos gastado.
Entonces todo se nos va de las manos, y su boca es
como esas bienvenidas a casa tras un invierno largo .
Me desaparecen las horas, los minutos, los segundos y lo
segundo.
Me desaparece hasta el mundo.
Vuelta a la realidad más distorsionada que el agua.
La calle tan silenciosa como puede estar cerca de las cuatro
de la madrugada en pleno jueves.
Luego el maldibendito abrigo que te dejaste dentro
y
yo que voy contigo a buscarlo, no te fueras a perder.
Yo que me perdí contigo y nos faltaron horas y cosas por
hacer.
Y entonces me giras a mí en lugar de la puerta y nos
convertimos en una peonza que va chocando contra gente, paredes y más puertas.
Y no nos importa en absoluto.
No mientras mantengamos los labios juntos.
Comenzamos una guerra que íbamos a ganar los dos.
Tú cargando con metralla la mano que paseaste desde mi
cadera a la clavícula.
Yo cargando la mía con dagas que fui dejando caer desde tu entrepierna a la mandíbula.
Nos hicimos tanto
amor daño como soportaron dientes y
piel.
Acabé despidiéndome de ti como una amiga más.
Y eso que esa noche no sabías ni en qué casa dormir.
Pero ya está.
No hubo más.
No hay conversación.
Ni llamada.
Ni encuentro accidental.
Ni lo habrá jamás a no ser que te vaya a buscar.
Maester - Ramin Djawadi