27 de mayo de 2020

807km


¡Yo ya superé mis sentimientos por ti hace mucho tiempo!

¡Pues yo aún no he podido superarte!

Después de tal sentencia lo único que se oyó fue nuestro silencio durante varios segundos.
Entonces me di cuenta que su B. era la única B. que podría existir jamás dentro de mi abecedario particular.
Que si no era con ella, no sería con ninguna de las otras letras consecutivas.
Y si no, ahora me iba a tocar a mí buscar toda la cinta de carrocero que necesitara para arreglar este desastre.

13 de mayo de 2020

Doppelgänger


Toc, toc.

Algo toca mi cabeza, pero no sé qué o quién es.

Toc, toc.

Abro la puerta y apareces.

Pasa, hace tiempo que te esperaba.

Helena entra y como si andara por su casa, se desploma sobre el sofá.

Ponte cómoda, ¿quieres tomar algo? ¿Un café, un té? –le pregunto con un deje algo sarcástico, recordando los muchos cafés que solíamos tomar en bares mucho antes de que todo esto explotara.

No hace falta, aunque un cenicero vendría bien.

Torno los ojos en blanco y voy a por él. Helena ya se está encendiendo un cigarrillo cuando vuelvo cenicero en mano y tomo asiento frente a ella. Deja el mechero encima de la mesa, y suelta una bocanada de humo a la vez que me mira con ojos inquisitivos.

Bueno, ¿quién empieza? – comento tras varios segundos en silencio.

No sé, dímelo tú, eres quien me ha llamado –una sonrisa sarcástica ilumina su rostro.

Quise replicarla, pero sus muecas y sus palabras no hacían más que incrementar mi sentimiento de incomodidad. Trato de recordar en qué momento había tratado de ponerme en contacto con ella, pero no recuerdo ningún mensaje, llamada o correo. Ahora soy yo quien la mira con aire interrogativo.

Ambas llevamos años posponiendo esta conversación. –dijo tras llevarse el cigarrillo a los labios–. Cuanto antes sueltes todo, mejor. Las dos sabemos que F. ha sido la excusa de que hayas querido enfrentarme al fin.

De repente todo cobra sentido. Su figura se desdibujaba a ratos, mostrando líneas o planos allí donde debería haber piel y carne.

Tú no eres real –consigo pronunciar al fin.

Claro que soy real –Helena da una estrepitosa carcajada–. Ese es el problema, que soy tan real como tú, con tus mismos sentimientos, miedos y desgracias, y eso es lo que te molesta de mí. Que soy real y encima no te tengo miedo. ¿Cuándo piensas reconocer que de las dos, es a ti a quien le molesta mi presencia?

Refunfuño palabras indescriptibles incluso para mí misma, y me dispongo a copiarla y encenderme otro cigarro, porque preveo que la conversación va a dar de sí.

– Te equivocas –digo al fin tras inspirar una larga calada–. El problema aquí es que siempre has sido la parte que más odio de mí: El vacío, los ligues baratos de tres al cuarto, el no encajar en ningún lado, la soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida en definitiva, como diría Sastre, aunque por supuesto que no sabrás quién es. No me mires con esos ojos, a estas alturas ya deberías reconocer que eres una completa ignorante. Piensas que sabes mucho de la vida y lo cierto es que no, que por haberte ido durante una temporada a una isla para saber lo que es ganarse la vida no aprendes nada, ni siquiera el idioma. No, no me vengas con cuentos, Caperucita, el mallorquín no es un idioma al igual que tampoco lo es el inglés a día de hoy. ¿Y qué me dices de las amistades? “Helena se junta con todo el mundo, pero no es amiga de nadie. Ella se cree que sí, pero no.” Dicho y afirmado por alguien que consideras amigo. ¿Te crees que no lo sé? Por supuesto que sé que esa frase también se traslada a mí al momento de pronunciarla en alto ipso facto. Es lo que tiene cargar con un doppelgänger vivito y coleando, que o bien pasas de él o bien lo acabas odiando. Y encima tienes la desfachatez de circular alrededor de mí cual satélite, bien podrías haberte ido más lejos, o quedarte allí durante más tiempo, pero no, tú no. Tú tenías que volver para quedarte. Quedarte y encima acercarte a mis seres queridos y hacerlos tuyos, algo así como yo hice contigo, ¿no? Tenías que devolvérmela, hacerme sentir lo que tú sentiste cuando me follé a tu ex, arrebatarme a amigos cercanos de los que ya no quedan ni rastro. Que sí, que ya sé que yo hice eso mismo contigo en el pasado, que no paré hasta alejarlos a todos y cada uno de ellos de ti, y ¿qué esperabas? Estamos cortadas por la misma tijera. Lo gracioso es que en esta guerra, la cuenta de los ganadores y perdedores la olvidamos hace tiempo. Aquí las únicas que hemos salido perdiendo somos nosotras dos.


Para cuando vuelvo en mí, el cigarro está casi acabado. Helena comienza a dar una palmada, luego dos y prosigue hasta convertir sus palmadas en un coro de aplausos. Una luz me ciega y de repente las paredes se vuelven cortinas y éstas caen hasta el suelo y más abajo. La función ha terminado, pero Helena sigue sonriendo frente a mí.

Muy bien. Por fin empezamos a hablar claro.