19 de enero de 2014

Loa al cronopio

Hoy lloré tanto Mario. Ya ves, iba saltando del uno al dos, y del dos al tres me quedé estancada y me paré. Lo peor vino después, porque en esa rayuela es la piedrita y no el rayo del final lo que te deja estaqueado en la mitad del patio, y te quedás mirando hacia el cielo y luego la ventana, y de la ventana a la puerta, así hasta que no sabés qué esperas y te pierdes.

Te perdés porque Rocamadour se muere, la Maga desaparece y no sabés qué fue de ella o si está muerta (aunque lo mismo se ahogó en aquel río metafísico), y de Babs, Wong, Etienne y todos los del club no se vuelve a saber nada, lo mismo los envenenó la serpiente. Porque del lado de acá aparecen Traveler y Talita, que a la vez es también la Maga aunque Manú la llame Talita. Y perdóname por este acento que no me pertenece, pero hoy quise ser un poco argentina, o un poco uruguaya, o un poco metafísica. Oh… Si supieras lo triste que estaba hoy, y también acongojada y obscura y esférica, la parábola del tonto cuando baja.

Ya sabés Mario, siempre necesito un poquito de ti y de los otros también, pero sobre todo un poquito de ti. Y entender que es por alguna barrera que no llegamos a ver pero que está ahí, que hace que nos volvamos de espaldas y solo cuando uno se gira un poco se da cuenta que en realidad estábamos tan cerca que asusta. Sí, asusta idiota, porque después de tanta pena asusta que dos personas sigan teniendo esta química, o más bien física, porque vos sabés que la gravedad nos hacía débiles y yo te amé hasta el extremo.

Cosas que dice una, dirás, y puede que no, pero ya lo dijo Cortázar en su día, paf y se acabó.

“Ambos sabíamos que para vernos como queríamos era necesario empezar por cerrar los ojos”.


Solo – Ludovico Eunaudi

No hay comentarios:

Publicar un comentario